Amor de un Verano

Por Alberto Mansueti

El desencanto con el liberalismo clásico

Carta a mi querido maestro, Dr. Joe Keckeissen

 

Lima, 4 de Julio de 2010

Muy apreciado Doctor:

Saludos cordiales Profesor. Me pide Ud. poner por escrito las reflexiones que le compartí algunas tardes en el Salón de Profesores de la Universidad Francisco Marroquín –y que Ud. tuvo la generosidad de escuchar y comentar– sobre cómo y por qué nuestra prédica liberal no arraiga en los estudiantes, ni en la gente en general, y la UFM se aleja del liberalismo clásico.

Aquí van, por lo que pudieran servir, y para lo que Ud. crea conveniente y oportuno. En agradecimiento por su paciencia y su interés, y por las insuperables clases privadas de Economía austriana que Ud. tuvo a bien brindarme en esas sesiones.

Con una invitación: le esperamos en la Escuela Latinoamericana de Gobierno (ELG) de Lima, para dictarnos su Seminario sobre “La Acción Humana”.

Hoy 4 de Julio, aniversario de la Independencia de su país, EEUU, tal vez no casualmente.

  

Suyo en el nombre de N. S. Jesucristo,

Alberto Mansueti

albertomansueti@hotmail.com

Introducción

I. El problema

II. Dos preguntas sin respuesta

III. La causa de fondo

IV. Factores adicionales

1. “Libertad” aislada

2. ¿Argumentos morales o económicos?

3. Relativismo

4. “Tolerancia”, ¿amplitud o vaguedad retórica?

5. Vacío de programas

6. Confusiones: Economía “social” de mercado y “Neo” liberalismo

7. Anarco-capitalismo

8. Keynes está muerto, y Mises y Hayek

9. Asunto espinoso: la religión

10. Bondad natural del hombre o la noción del pecado

11. Interminables discusiones

12. Un obstáculo muy duro: las exigencias de la vida

V. Y otra seria disonancia

¿Conclusión?

Introducción

Hace 20 años, caído el Muro de Berlín y colapsando la URSS, muchos liberales creyeron ver el libre mercado a la vuelta de la esquina. (Fukuyama dixit). Sin embargo, ahora, lo contrario es lo que hay: estatismo y socialismo por doquier, en Latinoamérica y el “Tercer Mundo”, así como en el Primer Mundo, y en el ex Segundo. Y lo que es peor: bajo nuevas formas, más escondidas, más sutiles, insidiosas y perversas.

Quienes nos identificamos con el Liberalismo Clásico, y nos dedicamos a enseñarlo, difundirlo y promoverlo, tenemos mucho que revisar y corregir. No la doctrina ni las políticas, pero sí los métodos de trabajo, objetivos y metas, cursos de acción, algunos supuestos e hipótesis acerca de nuestra labor, y muchas de nuestras formas habituales de pensar y hacer las cosas.

I. El problema

Casi en cada ciudad latinoamericana hay un grupo de liberales y libertarios. Siempre pequeño, porque no crece. Y no es por falta de gente que llegue: en las reuniones y actividades siempre hay “nuevos” y “nuevas”, jóvenes y no tanto, de diversas capas y orígenes sociales, y con distintas experiencias educativas y profesionales. Se interesan por el liberalismo, y quieren conocerlo. Y lo hacen, a través de lecturas de Mises, Hayek y otros autores, o de cursos, seminarios y talleres más o menos sistemáticos que se les ofrecen.

Pero casi toda esa gente, pasados cierto tiempo y el entusiasmo inicial, deja de asistir y se aleja. Y quedan así los de siempre, solos con sus libros y artículos.

La Universidad Francisco Marroquín de Guatemala fue fundada en los principios del liberalismo clásico, hace 39 años. Pero desde hace un tiempo, buena parte de sus egresados no comparten esos postulados, y muchos los adversan y hasta detestan, con poca diferencia entre graduados de Economía y Negocios, Derecho y Ciencias Políticas, y de otras carreras. Si como estudiantes en la “Marro” alguna vez suscribieron al pensamiento de las Escuelas de Viena o Chicago, una vez fuera, en su mayoría se han convertido (o reconvertido) al estatismo. Y recientemente, cada vez más alumnos declaran en las aulas y abiertamente sus puntos de vista no liberales y antiliberales; no esperan a graduarse para hacerlo, como antes.

Por otra parte, en el cuadro y la dinámica política de Guatemala (el contexto inmediato de la UFM), no se observan diferencias sustanciales con cualquier otro país latinoamericano, con el consabido predominio del pensamiento de izquierda, y del estatismo, en sus fórmulas mercantilistas y/o socialistas.

En este ambiente, no es fácil para los profesores defender los postulados originales que identificaron a la Universidad. Afectados por la impopularidad, muchos docentes sucumben a la tentación de acompañar a sus estudiantes en sus sentimientos, especialmente si no son suficientemente sólidos en el ideario liberal clásico.

Este problema tiene una trágica consecuencia: si entre la mayoría de los egresados de la UFM (y muchos de sus profesores) el liberalismo clásico no es popular, ¿qué cabe esperar del resto de la sociedad? ¿Las buenas ideas no llegan a la gente, y la verdad no se impone por sí misma? Y si eso es en Guatemala, sede de la UFM, ¿qué cabe esperar en las demás naciones latinoamericanas?

II. Dos preguntas sin respuesta

Estoy familiarizado con casi todos los grupos dedicados en América Latina a la enseñanza, promoción y difusión de nuestro ideario, y en todos he sido testigo del mismo fenómeno. Y la UFM no es un micro-círculo; pero no es una excepción a este hecho. Es una Universidad, y por ello se da en magnitudes más crecidas, y con modalidades específicas, pero su naturaleza es la misma, y es ésta: cuando a alguien se le exponen las ideas liberales y las comprende, les presta su asentimiento, pero su adhesión es por lo general efímera, no duradera. Y entre estudiantes especialmente, es como “amor de un verano”.

¿Por qué esa fugacidad? Básicamente porque no hay respuesta convincente a dos preguntas, que toda persona hace apenas conoce el liberalismo, y se siente en principio atraída. Las preguntas son: 1) “¿Y en cuál país se aplican estas ideas tan excelentes?” 2) “¿Y en nuestro país cuáles partidos o figuras políticas sostienen, defienden e impulsan estos ideales tan preciosos?” Las respuestas son: “Ningún país, ningún partido, ninguna figura política”.

¡Ooops! La persona se sorprende. Pasa un tiempo indagando las razones, y no las encuentra, o no las halla claras y concluyentes. Entonces se enfría su entusiasmo. Piensa de esta forma: “Algo raro, malo o erróneo debe haber con esto que casi todo el mundo adversa, que no se aplica en nación alguna, y que en mi país ningún partido o figura política de relevancia sostiene. Además, como profesional voy a desempeñarme en un ambiente que practica otros principios, reglas y valores, que a las ideas liberales aborrece, y a los liberales repudia”. Y así de este modo decae su interés; y ya no se toma el trabajo de seguir preguntando e investigando. Salvo casos excepcionales, por supuesto; pero las excepciones, ya sabemos, confirman la regla. A la regla le llamo “efecto demostración negativo”.

III. La causa de fondo

En libros y escritos he señalado que a mi juicio la raíz del mal es el grave error de los liberales que han visto el estudio como inconciliable con la acción política, y creyendo obligatorio optar entre uno y otra, han escogido ocuparse exclusivamente del primero y no de la segunda, que de este modo queda abandonada al estatismo y al socialismo.

En 1947, fundando la Mont Pelerin Society, Friedrich Hayek aconsejó a Sir Anthony Fisher consagrarse a la actividad puramente intelectual y académica, y le desalentó a incursionar en la arena política. Creía Hayek que los liberales recuperarían las cátedras universitarias, perdidas durante el curso de dos guerras mundiales, y en el lapso de hegemonía totalitaria entre una y otra. Y que desde los claustros, su influencia se esparciría en el resto de la sociedad, incluso la política. Hoy, a más de 60 años de distancia, la Mont Pelerin es apenas un club social, sin peso, influencia ni presencia en la política, ¡y tampoco en las universidades! (Excepto la UFM). Por eso nos falta un “efecto demostración positivo”.

Hayek tomó ejemplo en la Sociedad Fabiana, fundada en 1884 por Sydney y Beatrice Webb, quienes instilaron primero el socialismo en las elites intelectuales y el medio académico, y desde allí las ideas socialistas pasaron al resto de la sociedad, alcanzando por fin el área política. Creía Hayek que con las ideas liberales sucedería igual, de modo un tanto espontáneo. Olvidó que lo espontáneo es el ideal del socialismo, que corre río abajo, a favor de la corriente, de la tendencia natural de todos los sectores, grupos, gremios e individuos, a vivir a expensas del Estado (siendo el Estado el que vive de la sociedad, como agudamente apuntara Bastiat). Las ideas liberales van en oposición a esa corriente general, y son contra-intuitivas, como nos recuerda mi amigo el Prof. Carlos Sabino. Y la diferencia es crucial para su aceptación o rechazo, y para su éxito o fracaso.

Por experiencia personal sé que no es fácil compaginar la lectura, la investigación y el trabajo intelectual o académico con la acción política, partidista y electoral por naturaleza. Es muy difícil. Pero no hay otra salida. Lo contrario nos lleva a la auto-castración política, y por esa vía, a la muerte del liberalismo clásico.

IV. Factores adicionales

Para colmo y como si fuera poco lo anterior, hay errores intelectuales, políticos, estratégicos y de comunicación. Muchos factores relevantes intervienen en el asunto, los cuales deben ser considerados y sopesados, y asimismo las relaciones que guardan.

1. “Libertad” aislada. En el escudo de la UFM leemos: “Veritas, Libertas, Justitia”. La Libertad aparece en estrecha conexión con la Verdad y la Justicia. Son tres valores, no uno sólo; y los tres ligados. Y no en cualquier secuencia: primero la verdad, de la cual depende la libertad (veritas vos liberavit, Juan 8:32), y después la justicia, que no existe sin libertad.

Sin embargo, muchos portavoces del liberalismo enfatizan el ideario de la sola “libertad”, de modo aislado, desligada ésta de otros valores como orden y justicia, seguridad y paz, y por supuesto, la verdad. Lo hacen porque entienden la libertad como el don más apreciado por el común: ¿Quién no quiere ser libre? ¿Quién se opone a la libertad?

 Pero “la libertad” aislada luce un tanto etérea, gaseosa, retórica y difícil de asir. Fácilmente la gente confunde libertad política con democracia; y no se echa en falta democracia hoy en nuestra Latinoamérica: todos votamos con frecuencia, libremente. Y no se relaciona libertad individual con libertad civil y/o económica. La libertad personal es un bien que todo el mundo cree poseer y disfrutar, excepto se enfrente uno políticamente al gobierno de turno, o deba soportar impuestos abusivos u otra arbitrariedad o despropósito oficial. Pero aún en estos casos no sienten las personas restringida su libertad por el Estado sino por “La Ley”, ¡y los liberales enseñan respeto “La Ley”, y el “Estado de Derecho”! Con frecuencia olvidamos las lecciones de la Escuela de Salamanca sobre leyes injustas, y la buena enseñanza del Dr. Manuel Ayau sobre distinguir Estado de Derecho y de mera legalidad.

 Peor aún: la gente confunde “libertad” con libre albedrío, o libertad en sentido metafísico. Y también con la libertad psicológica que brinda una sociedad cada vez más permisiva respeto a moralidad convencional. Y no siente que libertad es algo que falte; algunos creen que la hay en demasía. Libre albedrío no falta a nadie. Tampoco libertad frente a los viejos códigos éticos, los de las grandes religiones monoteístas. Así, el reclamo liberal por “la libertad” cae en el más completo vacío. La apelación carece de eco alguno.

2. ¿Argumentos morales o económicos? Conectado con el punto anterior hay otro: los liberales suelen preferir argumentos racionales y referidos a la economía, mostrativos de la enorme superioridad de los mercados libres en eficiencia. No obstante, los estatistas y socialistas cada vez menos cuestionan la eficiencia económica de los mercados, como su justificación ética: su moralidad, y en términos de igualdad.

 Consonantes con un utilitarismo un tanto estrecho, los argumentos económicos no le llegan al gran público, que fácilmente cae en la manipulación emocional del “socialismo del siglo XXI”. Este socialismo reclama airadamente contra “el economicismo”, y ya no se declara “cientifico” ni “materialista”. ¡Ni siquiera es “marxista”! Ahora es “anti-consumista y “espiritual”, y hasta se dice “cristiano”, apelando con fuerza a cierta idea de moralidad. La economía ocupa en su agenda un lugar muy por debajo del ambientalismo y el feminismo radicales y anti-mercado, el indigenismo, el nacionalismo y el “culto a los héroes” decimonónicos.

La gente en general reconoce al capitalismo como un sistema eficiente; lo rechaza porque lo cree “injusto”. Por eso no le convencen los “Índices de Libertad Económica”, porque muestran la conexión y estrecha dependencia entre libertad y prosperidad, pero no entre libertad y justicia. Ni mucho menos le convencen o le interesan siquiera las sofisticadas teorías sobre asignación de factores productivos e información transmitida a través de los precios, que no conoce ni quiere conocer. Es hablar a la pared.

3. Relativismo. ¿Es el liberalismo clásico compatible con cualquier filosofía? La noción en boga es que sí, pero la verdad es otra: el realismo metafísico y epistemológico es su piso filosófico natural. Porque el realismo habla del conocimiento imparcial, objetivo y veraz de la realidad, y por consiguiente de la verdad; y la libertad depende estrechamente del respeto a la verdad. Por supuesto que en la filosofía realista hay diversas expresiones, desde el realismo bíblico y el tomismo cristiano-católico al objetivismo randiano; pero fuera de un marco realista, el planteamiento liberal sufre daños irreversibles e irreparables, como planta desarraigada.

Gran daño nos hace a los liberales el relativismo, peste metafísica de nuestro tiempo, como valientemente denunciara el Cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI. Si “todo es relativo” como afirma la falacia popular, entonces también son “relativas” las ideas liberales de gobierno limitado, mercados libres y propiedad privada, y por consiguiente se hacen muy difícilmente sostenibles y defendibles.

Más aún: mucho mal nos hace el relativismo a quienes profesamos actividades intelectuales, como aprender, enseñar e investigar. Y a la Universidad como institución. Porque si “todo es relativo” entonces la verdad no existe, y el error tampoco, ¿qué enseñar entonces? Si no existe la verdad, ¿qué es “la Universidad”? Muy simple: una agencia para tratar conocimientos ya no verdaderos, sino “útiles y prácticos”, en menesteres tales como ganarse la vida, ganar espacios de mercado en los negocios, ganar pleitos judiciales en tribunales, o conquistar el poder (o un puestito público aunque sea…) ¡pero dentro del actual sistema estatista y social-mercantilista! Y en eso puede convertirse la UFM, a corto plazo. Sobre todo si los cursos sobre Mises y Hayek se imparten por un lado, y por otro lado y sin conexión aparente, se brinda la enseñanza técnico-profesional, muchas veces en base a autores y textos ajenos a esa línea de pensamiento.

4. “Tolerancia”, ¿amplitud o vaguedad retórica? “El liberalismo no es un dogma, no es una doctrina cerrada, tenemos muchos matices y variedades; ¡todos cabemos!” se nos dice a menudo, por ej. desde Relial (Red Liberal de América Latina).

No obstante la verdad es otra, muy distinta. El liberalismo clásico es una doctrina política recia, bien dibujada en sus contornos a través de la historia occidental, definida y articulada. Es la doctrina del gobierno fuerte pero limitado (Mises). Parte de tres principios muy claros e inequívocos. A) Gobiernos limitados a cumplir sus funciones propias de seguridad, justicia y obras públicas; y asimismo limitados en poder y en dinero, a las atribuciones y sumas estrictamente necesarias para cumplirlas. Para mantenerse así limitado, un gobierno ha de resistir las presiones, y a ese fin, y en el estricto cumplimiento de sus funciones, tiene que ser fuerte, muy fuerte, y así conservarse. B) Mercados libres de fraude y violencia; y C) total respeto a la propiedad privada.

Contra lo que parecen exponer algunos de nuestros conocidos liberales, no se reduce el liberalismo clásico a la mera “tolerancia” relativista. No es un estado de ánimo indulgente y bonachón, más o menos compatible con casi cualquier principio, medida de política o postulado programático. Fuera del ámbito de las funciones propias, los intervencionismos estatales no son compatibles con el liberalismo; tampoco el anarquismo.

Y el camino de salida desde el estatismo presente a la sociedad futura que deseamos y proponemos los liberales es igualmente claro e inequívoco. Y pasa por tres políticas públicas a publicitar, impulsar y desarrollar: a) privatizar, b) desreglamentar, c) restablecer o poner al Estado en su lugar, a cargo de sus funciones propias.

Sin embargo, nuestros liberales en la prensa no siempre muestran las salidas concretas posibles y realistas. Con todo respeto, Mario Vargas Ll. y Carlos Montaner gastan más tiempo, dedicación y energía criticando a Chávez, a Evo, a Correa, etc. —y al socialismo en general— que enseñando a la gente alternativas viables, programas liberales atractivos y motivadores, que puedan seguirse, y con ellos orientar a la opinión pública, confundida y desalentada.

La sola crítica a los Presidentes socialistas y a sus intervenciones estatistas nos hace ver a los liberales como “negativos” en un contexto que desprecia la pura crítica y quiere “lo positivo”. Además, si solo nos oponemos al socialismo, lucimos como defensores del “statu quo” tan odiado, y permitimos que la izquierda luzca como abanderada del “cambio”. Olvidamos otra sabia enseñanza del Dr. Ayau sobre distinguir entre estatismo mercantilista o socialista y capitalismo liberal: el primero es el “statu quo” presente; y el segundo es nuestra propuesta de cambio para mejor.

5. Vacío de programas. ¿Por qué nos pasa esto? Seamos honestos: porque esos programas políticos liberales alternativos no existen. No es claro el punto de llegada a que aspiramos en un futuro. Y hay una laguna entre ese punto y lo que tenemos ahora. ¿Cuál es el camino? ¿Cómo luce o debería ser el capitalismo liberal? ¿Y la transición?

El “Manifiesto Comunista” de 1848, redactado por Marx y Engels, contenía un Programa de 10 puntos, medidas que más o menos han venido aplicando progresivamente los socialistas en todo el mundo; tanto que algunas lucen redundantes hoy en día, y moderadas o tímidas, porque son moneda corriente, p. ej. “impuesto progresivo” (2); “banco central” (5) y “educación primaria gratuita” (10).

Pero los liberales no tenemos programas de desestatización, dirigidos a revertir ese proceso, como p. ej. la deslegislación y las “Cinco Reformas” propuestas en mi libro “Las Leyes Malas” (Guatemala, Ed. Artemis Edinter, 2009). El “incrementalismo” parece ser la política y estrategia de los liberales; lo cual en Guatemala vimos de cerca en el caso de Pro-Reforma: una reforma constitucional, que por eso mismo la gente vio, sintió y pensó como un mero punto técnico, ajeno, materia propia de juristas, o de políticos, pero lejana al ciudadano de a pie, y no directamente relacionada a su bienestar y a su suerte.

Como consecuencia de ese vacío de propuestas programáticas, es imposible aclarar las confusiones y despejar los malentendidos.

6. Confusiones: Economía “social” de mercado y “Neo” liberalismo. Sabemos que la Economía “social” de mercado de los ’60 no es el capitalismo liberal de competencia abierta; es apenas la economía mixta keynesiana y laborista. Es el “Intervencionismo” que Mises expuso y denunció: la continuación del estatismo por otros medios.

 Sabemos también que una versión más o menos actualizada de eso mismo es el “Neo” liberalismo del Consenso de Washington, parcialmente aplicado en nuestros países durante los ’90 —una vez fracasado el socialismo de los años ’70— y aún hoy en los que apenas se libran del socialismo radical del siglo XXI.

 Pero todavía no sabemos cómo luciría un programa inspirado en el liberalismo clásico. No hay plano ni hoja de ruta, no hay diseño de políticas y estrategias para llegar al modelo de Gobierno limitado; por eso no hay término de comparación, y es tan difícil mostrar las semejanzas y diferencias.

7. Anarco-capitalismo. Y por eso, como triste consuelo, en todos los pequeños círculos de pensamiento liberal toma fuerza el “anarco-capitalismo” que enseñaba Murray Rothbard, y ahora Hans-Hermann Hoppe y el Prof. Huerta de Soto. Es un pensamiento intelectualmente inconsistente: sin gobierno limitado no hay mercados libres ni respeto a la propiedad privada, por consiguiente no hay capitalismo liberal. Y además es políticamente inviable, impracticable y poco atractivo. Pero es un escapismo, una forma de huir mentalmente de la realidad hostil y asfixiante del estatismo, de la cual no se avizora salida posible, ni a corto ni a mediano ni a largo plazo.

Ayn Rand escribió un magnífico alegato contra el libertarianismo en “Por qué no soy libertaria”, criticando acerbamente a los “hippies de derecha”. Hoy los “ancaps” están presentes en todos los mini-grupos libertarios latinoamericanos, con sus ruidosas prédicas hostiles a toda forma de gobierno aún limitado, a la acción política, a los partidos y a las campañas electorales. Cuando la gente normal les escucha, sale corriendo de inmediato. No las censuro: yo también.

8. Keynes está muerto, y Mises y Hayek. “En el largo plazo todos estaremos muertos”, reza la desafortunada frase de Keynes, pergeñada para justificar su inmediatismo, y su criminal desinterés por los destructivos efectos a largo plazo de las medidas que recomendó y alentó. Hoy Keynes está muerto, mas no sus ideas y políticas; pero si no están muertas, es porque nosotros no hemos sido muy efectivos en impulsar alternativas.

Sin embargo hay actualmente formidables economistas de la Escuela austriana, buenos discípulos de Mises, Hayek y Rothbard, que combaten el keynesianismo. Investigan, enseñan, publican y difunden sobre principios libertarios aplicados a la realidad presente y candente, incluso a través de Internet y Facebook. (No son “ancaps”.) Entre ellos Jeffrey Tucker, Shawn Ritenour, Gary North y Stephen Perks. Durante la actual crisis financiera, sus sabios consejos han salvado multi-billonarias sumas de dinero, no sólo de los super-ricos sino también de los trabajadores retirados y de sus “viudas y huérfanos” (tan mencionados en la Biblia), los cuales dependen de sus Fondos de Pensión.

Pero nuestra enseñanza a veces se circunscribe a Mises y Hayek, transmitiendo la errónea impresión de que el libertarianismo es un “dogma”, lo cual provoca inmediato rechazo. Y peor: un dogma muerto. ¿Por qué olvidamos a Tucker, Ritenour, North y Perks? ¿No tendrá algo que ver el hecho de que como cristianos consistentes —católico, bautista, presbiteriano y anglicano, respectivamente— en mayor o menor medida han hecho la “reconexión” de su Economía con las tradicionales enseñanzas de su religión, y con la Biblia, y lo profesan, explican y enseñan abiertamente? Aquí viene el punto delicado, para muchos casi un “tabú”.

9. Asunto espinoso: la religión. En la década de 1850, Marx era un judío alemán exiliado y desconocido en Londres, pero el Editor del “Christian Socialist” era el entonces renombrado Rev. Charles Kingsley, Dean de Canterbury. La mayor parte de los líderes intelectuales y políticos del socialismo eran cristianos, clérigos muchos de ellos. Y en el sigo XXI, como fue en el XIX, el socialismo se apoya en la religión, y depende críticamente del cristianismo, aunque mal entendido.

“El cristianismo es una religión, cuya aplicación práctica es el socialismo”, nos repite Chávez, y en muchas iglesias se oye “Amén!” Es trágico, doloroso para los cristianos, un hecho que nos llama a gritos a nuestra responsabilidad. Los libertarios ateos y agnósticos lo señalan con frecuencia, y con mucha razón, porque es una realidad tremenda; pero emprenden un camino equivocado: arremeten apasionadamente contra la religión, y en especial contra el cristianismo, con lo cual, ¡dan la razón a Chávez! Y andan por una senda de antemano destinada al fracaso: no van a desaparecer al cristianismo. Antes que los intelectuales libertarios de hoy en día, otros han intentado lo mismo en sus escritos —desde Celso hasta los Posmodernos, pasando por Voltaire y Marx— y asimismo en desde el poder y con la fuerza bruta —de Nerón a Stalin, pasando por Danton y Robespierre— y no lo han logrado.

Todos los liberales —creyentes y no creyentes, sin renunciar cada quien sus creencias o no creencias, y con mutuo respeto— deberíamos revisar con más calma y detenimiento las alegaciones de las neo-izquierdas acerca de las palabras del joven rabino de Nazareth. Y de cómo deben ser y han sido interpretadas en más de dos milenios de civilización cristiana occidental: a favor o en contra de la razón, de la separación de lo público y lo privado, de la libertad, del progreso y del capitalismo. Es lo que hacemos los liberales cristianos.

Al cristianismo no le van a hacer ni mella las alegaciones en contra de los libertarios ateos o agnósticos; pero al liberalismo le hacen mucho daño, porque entorpecen nuestro trabajo, cuyo propósito es muy simple: que los cristianos todos redescubran que la verdadera e histórica enseñanza política bíblica y cristiana no es el estatismo ni el socialismo, sino su opuesta, la doctrina del Gobierno Limitado. Y así lograr que las Iglesias, ministerios y líderes cristianos que hoy apoyan a los Castro, a los Chávez, a los Ortega y a los Kirchner, a lo menos dejen de hacerlo, y a lo más, se sumen al liberalismo.

Anotemos que el ateísmo militante de muchos libertarios no se basa tanto en el objetivismo, la Filosofía de Ayn Rand —reformulación del viejo y buen realismo aristotélico— como en la Teoría de la Evolución (macro-evolucionismo), la cual muchas veces, con fervor religioso, se quiere hacer pasar por la última y definitiva palabra de “la Ciencia”. Lo cual está lejos de ser cierto: muchos científicos incluso no creyentes, en distintas ramas disciplinarias de la ciencia, tienen dudas, reservas y objeciones respecto al evolucionismo, cuyas alegaciones distan de ser concluyentes. Pero la agenda liberal queda un tanto relegada, y desplazada por el celo evangelizador del darwinismo panteísta y beligerante; lo que ocurre mucho menos con el ateísmo de la Rand, que fácilmente puede desgajarse del cuerpo general del objetivismo, lo cual hacen en EEUU muchos cristianos autodeclarados objetivistas. El objetivismo es sanamente anti-relativista, en cambio el evolucionismo tiende a conducir a sus simpatizantes a un total relativismo, otro factor que empantana todas las discusiones, e impide llegar a conclusiones políticamente operativas.

Otra semejanza con el siglo XIX, es que por entonces nuestra América latina conoció mucho del liberalismo tipo francés, masónico y anticlerical, que redujo la agenda liberal a unos pocos puntos de confrontación con la Iglesia católica; principalmente: el matrimonio y el registro civil (incluidos los cementerios), la educación laica, y la expropiación de bienes eclesiásticos, en el contexto del proceso de secularización de la sociedad. Menos supieron por aquel entonces nuestras naciones del liberalismo tipo británico, más interesado en materias como la libertad de trabajo y el libre comercio, y la democracia parlamentaria. Pues bien, una situación muy parecida tenemos hoy, con muchos “jóvenes turcos” libertarios agnósticos o ateos (no todos), que pretenden reducir toda la agenda liberal a unos pocos puntos de confrontación con los cristianos (católicos o no): el aborto, las uniones homosexuales, y la legalización de las drogas, temas que a la fuerza ellos encajan siempre en el mismo saco, como si fuesen de igual naturaleza y tratamiento. Y como si no hubiera otros temas relevantes.

10. Bondad natural del hombre o la noción del pecado. Conecta muy de cerca con el anterior, hay otro punto, relativo a la “cosmovisión” predominante en los círculos liberales; y en especial la visión del hombre.

Con frecuencia lo que se escucha de los liberales son aquellas amargas y repetidas quejas: “el Presidente no sabe Economía”. Ni sus Ministros y asesores. Y tampoco la gente de a pie. Y que los socialistas “no han leído a Mises” (o a Friedman, o a Buchanan). Entonces los profesores liberales reeditan una y otra vez sus clases magistrales y sus lecciones prácticas, con las respectivas citas, notas y referencias bibliográficas, a ver si alguien por fin se decide a leer y aprender.

Lo siento pero detrás de estas quejosas y cansadoras letanías —y del “anarcocapitalismo”— se mal disimula la concepción roussoniana acerca de la bondad natural del hombre, y su infaltable y lógico corolario, sobre la educación como panacea universal. Es la filosofía optimista-racionalista de la Ilustración continental, francesa y alemana, diferente de la Ilustración escocesa, influida por el calvinismo protestante.

Por supuesto que los Presidentes no saben Economía, ni quieren saber. Desde luego los socialistas no han leído a Mises, ni van a leerlo. No les interesa. Tampoco a los sindicalistas, a los burócratas, a los empresarios mercantilistas, y a los defensores mediáticos del status quo. A todos ellos les interesa sólo el poder y sus privilegios, las ventajas anexas y su disfrute. ¿Por qué? Pues porque el humano no es bueno por naturaleza, y por ende la educación no es la panacea. Es un ser creado por Dios pero herido por el pecado, y en nuestra naturaleza hay una poderosa inclinación al mal; y al error, por eso la verdad y la justicia no se imponen por sí mismas de manera “espontánea”. Y todos los humanos tenemos asimismo una no menos fuerte tendencia a vivir a expensas del Estado. Y al abuso de poder.

Por esas poderosas razones, bien destacadas en la Biblia y en la educación cristiana clásica, Thomas Jefferson pensaba como Mises: que el Gobierno debe ser fuerte pero limitado. Y que “el precio de la libertad es la vigilancia permanente”. Por eso mismo James Madison escribió que los límites a los poderes gubernamentales deben ser prescritos y cuidadosamente redactados en la Constitución… Pero deben también ser defendidos en la práctica política cotidiana, por al menos un partido político combativamente pro-Gobierno limitado, operando eficazmente en el marco de un sistema de partidos. Un partido liberal, que se ocupe de catequizar al público en las virtudes del libre mercado, pero que también ejerza esa vigilancia en la plaza pública y el ruedo parlamentario, mediante el uso racional, inteligente y eficaz de los demás recursos políticos. Es la teoría del “Remanente”, bíblica en su inspiración, que explican Albert Jay Nock y su discípulo el teólogo y economista Gary North. (Es la minoría selecta, dicho en el laico lenguaje de Ortega y Gasset.)

No obstante los maestros liberales latinoamericanos de hoy en día parecen haber adoptado el tonto prejuicio antipartido y antipolítico y hasta antidemocrático de nuestra clase media, la cual aspira a que las garantías constitucionales y legales se cumplan solas, sin fuerza de opinión o partido alguno que las sostenga y empuje en favor de su aplicación. Olvida que las únicas leyes que se cumplen solas son las leyes fisicas, químicas, biológicas, etc. Así nos va.

Como cosmovisión, la filosofía de la Ilustración continental no sirve para defender los logros de la Modernidad. Ha sido y es la puerta abierta al socialismo y al estatismo, por lo general a través de la vía del utilitarismo. Si el hombre es naturalmente bueno, ¿por qué limitar el poder de los planificadores y funcionarios públicos? Si la educación es la panacea y remedio, ¿por qué no dejar que la elite universitaria guíe nuestras vidas desde las oficinas estatales, y nos haga “el mayor bien general”? Y así tener así “la mayor felicidad para el mayor número”, conforme a la famosa frase de Joseph Priestley, que desarrollaron Jeremy Bentham y John Stuart Mill, que reescribió Simón Bolívar, y que repite Hugo Chávez.

11. Interminables discusiones. Como consecuencia de los factores señalados hasta aquí, muy agrios debates sobre infinidad de materias, más o menos relacionados, son el pan nuestro de cada día en los grupos libertarios. Las discusiones de distinta naturaleza y entre distintas facciones adversarias, se solapan y entrecruzan unas con otras, en varios frentes:

a) Teológicas, sobre evolución o creación, Dios o no Dios, el Universo, la Biblia, la ciencia y Darwin, la moral cristiana, etc. etc. La espiritualidad New Age no falta en estas discusiones.

b) Filosóficas, en especial epistemológicas y éticas, sobre si existe o no la verdad, si podemos los humanos conocerla y cómo, si hay verdades absolutas o “todo es relativo”, aborto, drogas, eutanasia, homosexualismo, etc. etc. La filosofía del Posmodernismo se deja oír siempre en este tipo de confrontaciones.

c) Económicas, sobre si la Escuela de Viena o la de Chicago (o Virginia), sobre liberalismo y “Neo” liberalismo, reformas de los ’90, etc. etc.

d) Políticas, en dos frentes muy álgidos: las líneas de pensamiento liberales clásicas versus el “anarcocapitalismo” en uno, y en el opuesto, el liberalismo clásico versus todas las multiformes expresiones de talante y conciencia socialdemócrata y “liberales de izquierda” (¿?) etc. etc. En este segundo frente político aparecen todos los que pretenden actualizar o “aggiornar” al liberalismo clásico, acomodarlo a la “problemática social” y a “nuestra realidad nacional” (¿?) Entre estos y los “anarcocapitalistas”, los liberales clásicos en la defensa del Gobierno limitado nos encontramos como el jamón del sándwich.

e) Estratégicas, entre hacer política o no, hacer partidos políticos liberales nuevos o participar en los existentes, en las campañas electorales, etc. etc.

Al abrigo de la divisa “El liberalismo es tolerancia, no es un dogma ni una doctrina cerrada; ¡cabemos todos!” cada grupo se hace un Club de Debates, y un campo de Agramante para batallas muy fieras, y quedan heridas. Algunas coloridas y animadas, otras muy aburridas, intelectualmente desafiantes muchas, pero siempre estériles políticamente. Lo normal es que las facciones se muestren poca tolerancia. Cuando hay respeto recíproco, algunos disfrutamos intervenir, mas no todos. Y sin apremio ni responsabilidad por la acción política, ni la consiguiente presión hacia los acuerdos y consensos sobre puntos específicos de cara al público “consumidor”, las disputas se hacen enconadas y sin fin. Demasiada gente se cansa, y toma distancia y se aleja, más tarde o más temprano.

Parece que olvidamos que el liberalismo no es una ciencia, tampoco una filosofía, y menos una religión. (Empero, sí parece ser la religión de muchos libertarios que dicen no profesar religión alguna.) Aunque conecta muy de cerca con ciencias, con Filosofía y con religión, el liberalismo clásico es una política: una doctrina política destinada a guiar la acción política; y si no se realiza en el reino de la política, se muere.

12. Un obstáculo muy duro: las exigencias de la vida. Toda persona que ha aprendido el ideario liberal, pronto compara, y llega a unas tristes conclusiones: vivimos en el contexto y bajo un sistema férreamente estatista, tipo social-mercantilista. Cada vez más. Y aunque tenemos democracia, no existe nada ni parecido a un partido liberal que desde el Congreso impulse la derogación de las leyes estatistas, y abra paso a las reformas liberales. Por consiguiente no existe perspectiva ni esperanza alguna de cambio a futuro, ni a corto ni a largo plazo.

Y cada quien ha de ganarse la vida, como empleado, profesional, comerciante, industrial, empresario rural, obrero, artista o lo que sea, en medio de leyes, decretos y normas estatistas, que generan prácticas, costumbres, pautas de conductas y hábitos de comportamiento estatistas. Y “valores” colectivistas y estatistas, que la “educación” y los medios (y cierta religión cristiana mal entendida) refuerzan todos los días, y que la gente adopta. Quien pasa por un grupo libertario o por las aulas de la UFM, se pregunta “¿a qué abrazar los principios, reglas y valores del libre mercado? ¿para ser un perdedor? ¿Y por qué debo sacrificarme yo? (¡Ayn Rand dice que es inmoral sacrificarse!)”

Se da así un choque, una contradicción entre los conocimientos aprendidos y la realidad circundante, del tipo que el sociólogo Leo Festinger llama “disonancia cognitiva”. Lo que vemos es su resultado. Factor muy de peso es esta disonancia cognitiva entre lo que se aprende de liberalismo y las demandas de la vida económica en sociedad.

V. Y otra seria disonancia

Con todo hay una segunda disonancia cognitiva, de igual o mayor peso, que afecta particularmente a toda la gran cantidad de gente creyente, que todos los domingos acude a las iglesias y templos cristianos en las urbanizaciones de clase media, en los barrios y sectores populares, en las aldeas rurales: la tremenda contradicción entre lo que se aprende de liberalismo, y lo que se oye desde los púlpitos. Cada vez que aluden al tema, y no es con poca frecuencia, los sacerdotes y pastores predican el más crudo y rudo socialismo. Salvo casos excepcionales; pero las excepciones, también en este caso, confirman la regla.

Por eso es que una gran mayoría de cristianos de todas las iglesias, credos y denominaciones (católicos y no católicos) apoyan fórmulas comunistas, sean radicales, o socialistas Light, pero siempre de izquierdas. Y el liberalismo clásico va a seguir estancado hasta que esta disonancia no se resuelva. En esto tienen punto de razón los liberales ateos y agnósticos; pero la salida no pasa por embestir contra el cristianismo o la religión.

¿Conclusión?

La salida a la hegemonía socialista pasa por cambiar de bando a los cristianos, siempre más inclinados al activismo político que los liberales. ¿Cómo? Enseñándoles a ser cristianos responsables, pensantes y consistentes, y mostrándoles (y a todo el mundo) que el Gobierno Limitado se basa en la Biblia, y ha sido doctrina política predominante, y de mucha y buena influencia en la cultura cristiana occidental hasta aproximadamente el siglo XVIII, según demuestran autores como Max Weber, Rodney Stark, Dinesh D´Souza y Thomas Woods. Y que el socialismo y el estatismo son anti-cristianos, y anti-humanos. Y que el Gobierno Limitado es la buena solución auténticamente cristiana a los problemas de hoy.

Con ese fin, y bajo el lema “Compra la verdad, y no la vendas” (Proverbios 23:23) algunos líderes cristianos profesantes, y políticamente liberales convencidos, hemos fundado la Escuela Latinoamericana de Gobierno (ELG) en el Perú:

1. Para enseñar Liberalismo Clásico en su conexión con el cristianismo. Esto no es algo confesional o excluyente: entre nuestros estudiantes, profesores y miembros de nuestro Consejo Superior Consultivo, tenemos muchos no cristianos (y cristianos de distintas confesiones), y el clima es de mutuo respeto y armonía en los propósitos comunes.

2. Para enseñar Economía y Ciencia Política en sus conexiones con la Filosofía y la Teología, en el marco de la Historia de la Civilización Occidental.

3. Sin divorciar las reflexiones especulativas (filosofías, disciplinas científicas, hipótesis, teorías y conjeturas, y también estudios bíblicos) de las actividades cívicas, en grupos políticos, los partidos y las campañas electorales. Para que la pura especulación intelectual no quede en el papel, y para que la acción política no quede huérfana de orientación inteligente. “La Política es un saber de orden práctico” según Aristóteles y Tomás de Aquino.

Tampoco es fácil, y hay muchas dificultades que superar: anti-intelectualismo, antinomianismo y religiosidad tipo “mística” son escollos de no poca monta, al igual que años de enseñanza política estatista y economía socialista, aunada a cierta desconfianza e ignorancia acerca de la actividad partidista y electoral. Para un liberal cristiano, lo más difícil es padecer el “doble rechazo”: de muchos liberales por ser cristiano, y de muchos cristianos por ser liberal.

Pero vale el esfuerzo. Una vez separados los cristianos de las filas socialistas y “recuperados” para la causa del Gobierno Limitado, su fuerza social, política y electoral puede sacar al liberalismo clásico de su condición actual estancamiento y frustración, para cambiar la inclinación de la balanza, y el curso de la historia. Al menos en Latinoamérica, este nuestro vecindario en el planeta.

About Rodrigo Betancur
Estudioso de la Escuela Austríaca de Economia

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